QUIEN DICE QUE LA RUTINA ES ABURRIDA
Como es habitual cada mañana, me dirijo, algo apresurada, a coger el autobús de las 7; 45 horas. Es el que me lleva cada día hasta la facultad y raro es que no sea puntual, de ahí que aligere el paso. De todas maneras, el chofer, igualmente habitual, siempre hace algo de tiempo esperando a alguno que se le han pegado las sabanas. Normalmente suelo coincidir con las mismas personas, y en este afán mió de imaginar, hasta imagino (valga la redundancia) las vidas de cada uno, solo con observar y escuchar sus conversaciones. Yo les llamo figuradamente mi otra familia, que, aunque estén muy lejos de serlo, cada mañana ocupan un pequeño espacio en mi vida.
Hoy he llegado pronto y me siento junto a José, un abuelo con dificultades para dormir y que cada día le encuentro allí sentado, hablando con unos y otros. Vive justo al lado de la parada del autobús, y es de todos sabido que la soledad es su fiel compañera, de ahí que necesite el calor de los viandantes que pasan por allí. A mí me tiene especial cariño, lo se, y se le ilumina el rostro al verme llegar cada mañana. El sentimiento es mutuo, y se me hace ameno escuchar sus batallitas de juventud que repite una y otra vez.
Poco a poco, van haciendo su aparición en escena todos los demás. Es el momento de observar…. y de escuchar.
El mas puntual es el ejecutivo, un joven muy bien arreglado que siempre llega con su maletín y mirando el reloj. Va impecable. Su pelo bien engominado, su traje sin una arruga y sus zapatos brillantes. Se sitúa en uno de los laterales del recinto y su nerviosismo y timidez afloran. Se siente observado y con su cabeza baja y la vista perdida en el suelo, evita cruzar las mirada con los demás.
Poco después llegan las tres adolescentes, que cada mañana alborotan con sus risas aquel pequeño espacio. Cualquier tema es bueno para terminar esbozando una risotada. Como en cada grupo esta la más parlanchina que no deja de hablar en ningún momento, haciendo espavientos con las manos. Las otras dos la siguen pero sin tanto ímpetu y participan en la conversación en cuanto esta las deja. Su tema principal, y para ello no hay mucho que pensar, son los chicos y alguna que otra chica a quien ponen a parir.
También se une a nosotros una mujer entradita en años que trabaja de sirvienta en la ciudad y que le encanta el cotilleo. Siempre se le ve inmiscuida en cualquier conversación que se origine, la inviten o no. Su cara es redondita, bueno, como toda ella, y su ropa ceñida en exceso. Pero si algo me llama la atención de ella son esos enormes tacones que la sostienen y donde tan bien equilibrada va.
Ahora aparece el chico del chándal azul, como yo lo llamo, pero es que siempre viene de azul. El no tiene complejos y la timidez no creo que la conozca a pesar de su corta edad. Siempre aparece con los auriculares puestos en los oídos y tarareando la canción que escucha. El, sencillamente, va a su bola.
Por la acera de enfrente y en sentido opuesto, llega la parejita de enamorados. Desde que se ven en la distancia el semblante les cambia y una tímida sonrisa aparece en sus bocas. Se encuentran a la altura del paso de peatones donde se abrazan, se morrean, y después, cogidos de la mano, cruzan la carretera. Cuando llegan a la parada del autobús se ubican en lugar apartado y conversan acaramelados, ajenos a todo y a todos.
La mañana se ha vuelto rutina, como casi siempre, pero no por ello menos interesante. El autobús aparece a la hora justa, y con él dejo atrás el prologo de un nuevo día. Pero…que veo, algo nuevo para variar. El conductor no es el mismo de siempre, ya veré que me puede aportar.
Agustina Antelo