miércoles, 12 de octubre de 2011

Relato: Solo una reflexión...




“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”  Para mi esa es la forma en que aprendemos a vivir, solo que a veces perdemos la senda.  

Bajo mi punto de vista, la vida es como una partida de cartas. Nosotros somos meros peones que iniciamos  el juego aceptando  las cartas que nos han tocado al azar, y depende de nosotros  el saber jugarlas.

Todos, privilegiados o no en el reparto, contamos con algunas bazas a nuestro favor. La inteligencia, el tesón, la suerte, la fe, la habilidad, el ingenio, el poder…. Y seguro que algunas más que ahora no se me ocurren. Todas ellas para poder salir victoriosos  ó al menos llegar al final de la partida con dignidad.

Pero olvidamos que lo más importante es conocer al adversario, verlo venir y encararlo.
Como se dice en mi tierra “Del toro bravo me libro yo, pero del manso me libre Dios”.  
Y así es, al que hay que temer es a ese jugador virtual que se une a la partida sin previo aviso. Si, virtual digo,  pues nunca sabrás quien es, ni tampoco de sus intenciones, pero siempre va por delante de ti en la estrategia. Un adversario que dirige tus pasos, que merma tus sentidos, y te vapulea a su antojo. Se puede llamar soledad, miedo, impotencia,  inseguridad… y más cosas que ahora no se me ocurren, pero que te lleva directo al  fracaso.

Pero insisto,  el camino se hace andando. Si aprendes a escalar cuando la montaña esta muy empinada, si aprendes a volar cuando el precipicio se hace enorme, o si aprendes a nadar cuando las aguas están turbulentas, solo entonces, podremos tener opciones  en esa partida.


Mi reflexión: Aprender a vivir, una asignatura pendiente.


Agustina Antelo

domingo, 9 de octubre de 2011

Relato: Vida para mi vida




Son las doce horas, un minuto, quince segundos…. Donde estabas Marta, ya  íbamos a empezar sin ti.
 Lo siento, me perdí, estaba todo tan oscuro…

Acelerada se pone sus zapatillas de Ballet y se incorpora al concurrido grupo de bailarinas. Vamos chicas, esas piernas bien estiradas, y los brazos, que parezcan alas en movimiento.
Marta destacaba entre todas ellas como un cisne en la inmensidad del estanque. Sus pies, enfundados en sus gastadas zapatillas rosas, tomaban vida se giraban sobre si mismos una y otra vez. Vida para mi vida, así sonaban en su mente los acordes de aquella música que inundaba en aquel momento sus sentidos.

 De pronto, la luz ilumino sus ojos aún cerrados, y la música desapareció de sus oídos.

Vamos dormilona, que ya es hora de levantarse. Pero ¿que haces con las zapatillas puestas? Ya me explicaras algún día que ocurre aquí por las noches.

En el rostro de Marta se dibujo una sonrisa.  El sudor aún impregnaba  su piel  por el esfuerzo realizado,  y daba fe de lo vivido momentos antes. Solo contestó...   

Los sueños nos hacen libres, mama. Anda,  arrímame la silla de ruedas, necesito un baño…


Agustina Antelo.

domingo, 2 de octubre de 2011

Poesia: Cuando la vida duele






Alma corroída por nefastos
Pensamientos
Lágrimas de hiel para  unos
Ojos secos
Palabras mudas para boca sin
Argumentos
Pies cansados para un camino
Incierto

Infatigables dedos de sangre para
Palabras impresas
Pesadillas y desvelos para sueños
Rotos
Desilusión y desanimo en una fina
Línea que se tensa
Latidos sordos y contenidos para un
Corazón que yace, poco a poco.

Sin duda, la vida duele

Agustina Antelo

Relato: De vuelta a mis raices





A la entrada del pueblo la vieja estación del ferrocarril me da la bienvenida. Por los gastados raíles, y como ave de paso, aún circula el tren, mientras, en sus vías muertas, duermen, tras merecido descanso, las antiguas vagonetas de las Minas de Cala. En el corto trayecto hasta la casa pasé por la fuente de los grifos, con su caño inagotable de agua fresca. Por el Paseo de la Palma, con sus palmeras haciendo honor al nombre y su tradicional quiosco de churros. A ella se asoman el Ayuntamiento, el cine Coliseo y la Iglesia de Santa Maria,  que, con pintoresca estampa, acuna en sus torres los nidos de las cigüeñas. Seguí calle arriba y dejo atrás el Castillo, fortaleza del siglo XIII, con su plaza de toros en el interior y el Mercado de Abastos,  muy concurrido en otro tiempo.

Estoy llegando y todo es tan cercano y familiar como lo deje al partir, hasta su característico olor rancio que hay en el ambiente.

Como  siempre, la puerta de la casa esta entreabierta, y me deja entrever el pequeño zaguán desde la calle. Las ventanas destacan sobre el color inmaculado de la fachada  y los visillos blancos a través de los cristales ponen su toque personal en ellas. Accedo al interior y el olor es la nota más predominante en la estancia. Mis recuerdos me trasladan en el tiempo, a esos días de juegos y risas, de pan con chocolate y leche caliente, de castañas asadas y dulces.  En el pequeño zaguán que me da paso al interior  reposan las macetas sobre sus pies de hierro, dando frescura y color a aquel pequeño espacio.  En el pasillo, los rayos del sol me reciben a través de la puerta de la habitación, y deja a mi vista la cama alta y el mullido colchón de la abuela, donde en otra época  nos hundíamos las dos.  A lo largo del pasillo forman a mi derecha un pequeño ejército de frondosas “Pilistras” verdes que nos dan paso al salón. Este mantiene aún la chimenea de antaño, al igual que el mobiliario, heredado de tantas generaciones atrás.  La claraboya situada en el centro del salón, lo iluminaba todo y con su luz tenue pero agradecida,  deja un aura de armonía y paz en todo el recinto.

Hasta ese momento nadie ha salido a mi encuentro y a mi voz no hay respuesta.

Sigo adelante y al entrar en la cocina me reconforta el calor del fuego y el olor los pucheros, que, sin prisas,  desprenden su aroma por todo lugar. La vieja cantarera sigue debajo del gran ventanal que da al patio y que, generosamente, llena de luz cada rincón. El tiro de la chimenea sigue intacto encima de la pequeña hornilla de gas, al igual que la repisa donde descansaba la antigua radio. Mis recuerdos se vuelven sonido al verla…. Yo soy aquel negrito del África tropical……este anuncio daba paso a las trifulcas del “Tío pepe y el sobrino” para dejarnos después con la Novela, un serial que cada tarde paralizaba por una hora la rutina cotidiana.  El olor al café recién hecho y el vapor de la plancha de hierro calentada al fuego, envolvían todas aquellas vivencias.
Desde la ventana se podía ver la pila de lavar, con su refregador gastado por el uso y su inconfundible jabón verde, mientras las sabanas blancas, tendidas al sol, ondean al aire.
 Al fondo, el viejo  establo aún sigue en pie, y es utilizado como almacén para los aperos de labranza y corral para algunas pocas gallinas, que dejan en el aire el sonido de su peculiar cacareo.

A través de los cristales veo a la abuela sentada en su vieja silla de anea. El sol hacía brillar su cabello blanco recogido en un sencillo moño y con semblante meditativo disfrutaba del agradable calor de la mañana. El tiempo había dejado huella en su rostro, pero aún mantenía el semblante tranquilo que guardé en mi memoria. El sonido de la canción que canturreaba se enmudece al verme aparecer y conforme me acerco se queda perpleja ante tal visión. Aquel reencuentro inesperado pero tan anhelado en el tiempo, dejo en libertad sensaciones olvidadas. Lágrimas, risas, llanto, todo fundido en un calido y largo abrazo, rememoraba en un instante todos los recuerdos de antaño.

Nada ha cambiado, hasta el viejo gato dormita al lado de la lumbre.


Agustina Antelo.