…….Aquel banco de hierro, con molduras torneadas y engrosado por cientos de capas de pintura negra, permanecía solitario a cualquier hora del día. Yo no entendía como podía pasar desapercibo a tantos ojos, si, desde allí, la vista era increíblemente bella. Por un momento pensé que era el mismo banco quien seleccionaba a quienes se sentaban en él y me hacía sentir afortunada al verme ahora allí acomodada. El frío del hierro me iba penetrando poco a poco hasta los huesos y mí emotividad se intensificaba conforme pasaban los segundos.
Me quedé observando el entorno envuelta en su característico olor rancio. La niebla atenuaba la luz de las farolas y entre sombras y algún que otro destello, dejé volar mi imaginación. El amor, la ternura, la sensibilidad… todo ello estaba impreso en cada rincón de aquella imagen y como una celestial melodía pululaban a mí alrededor los arrumacos de los enamorados.
Dos grandes edificios me observan con frialdad desde la distancia como dos pétreos guardianes, pero su reflejo en el agua los hacia vulnerables.
Los juncos, que emergían del agua con autoridad, se dejaban mecer por la suave brisa, dejando en el aire una indescriptible pero agradable música. El río estaba tranquilo, ajeno a todo lo que le rodeaba. Esta soledad y calma es un disfrute para mis sentidos y un buen momento para la meditación y el relax. La fascinación me envuelve al igual que la humedad del aire que lo impregna todo.
La acentuación de mis sentidos se ha elevado y, poco a poco, me voy evadiendo de la realidad.
Centro mi atención en la cafetería y en el sonido sordo de las gentes tras los cristales. Agudizo el oído y puedo oír el tintineo de las cucharillas de los cafés.
El paseo sigue solitario. Las farolas parecen gigantes de un solo ojo que no dejan de mirarme. El agua y los juncos han tomado vida y se mueven excitados. El sonido de mil pasos por las gastadas baldosas retumba en mis oídos… No entiendo que está pasando. El lugar idílico se ha vuelto tenebroso y las sombras parecen tomar vida. El corazón me late con fuerza pues el miedo y la sensación de que alguien se acerca me atenazan. El banco solitario que antes parecía acogerme, ahora me retiene en contra de mi voluntad. Sus fríos hierros se apegan a mi cuerpo como tentáculos impidiendo que pueda levantarme. Las sombras se acercan, y yo, aterrada, quiero gritar, pero mi voz no emite sonido. Una sensación de angustia se apodera de mí, y me siento morir cuando una mano toca mi hombro…
Laura…Laura… ¿Qué te ocurre? ¿No me oyes?
Giro la cabeza sobresaltada y tomo contacto con la realidad. Allí está Daniel, esperando una respuesta.
En mi cara se podía ver reflejado el estupor y el escepticismo. Miró de nuevo hacia el paseo y todo está en calma. Me levanto aliviada, pensando que todo ha sido obra de mi imaginación, aunque juraría que aquel banco solitario tuvo mucho que ver en ello.
hola cuando tengo leere tu poema jajaja
ResponderEliminar