viernes, 15 de abril de 2011

Relato: Monumento a Bécquer


Glorieta a Gustavo Adolfo Bécquer


En toda ciudad que se preste, el paso del tiempo nos  ha dejado rincones emblemáticos que se quedan impresos en nuestras retinas y que recordamos con asiduidad. Para mí, uno de esos lugares que siempre me llega a la memoria con agrado y bienestar es el parque de Maria Luisa, y todos esos momentos compartidos. Cuando era solo una niña y en compañía de mis padres, recuerdo las picnic que organizábamos en esos jardines, después de una intensa mañana de  feria de abril  en el prado de  San Sebastián. Recuerdo también el paseo de enamorados al atardecer,  los domingos en el parque de las palomas con mis hijas  y el  caminar tranquilo bajo los frondosos árboles en esta otra etapa de mi vida. Este inmenso jardín, donado por la Infanta Maria Luisa  a la ciudad de Sevilla en el año 1893,  acoge el recuerdo a un poeta de la tierra, Gustavo Adolfo Bécquer, y al igual que me emocionaron sus palabras sobre el papel, la glorieta que lleva su mismo nombre me cautivó solo con poderla admirar. La descubrí en uno de mis paseos y pronto llamo mi atención. Me adentre hasta ella y me senté en uno de los bancos de hierro que se sitúan alrededor de ella.  En aquel momento solo me deje llevar por el deleite que aquel lugar me transmitía. El sentir del poeta estaba en todo aquel recinto. Situado en la parte central, aquel gran árbol,  con sus lánguidas ramas mecidas por la suave brisa, alrededor, la estatua del poeta con su capa terciada sobre el hombro, la figuras de bronce de dos cupidos, y las tres figuras de  mujeres con semblante enamorado. Por un momento me sentí parte de todo aquel entorno, aún sin comprender que significaban  cada parte de aquel monumento.

Aquella sensación me incitaba a saber, así que, durante algunos días me dedique  a buscar  información sobre todo aquello. Cada nuevo dato que encontraba me animaba a seguir buscando. Cuando me empape de toda la información conseguida, me dirigí  de nuevo hasta la glorieta en cuestión. Me volví a sentar en el mismo banco y desde esa expectativa  fui traduciendo en mi mente todo lo aprendido.

Ahora sabía que fue idea de los  dramaturgos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero  y se expuso el proyecto en la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 1910.  Dicho proyecto lo presento el escultor Lorenzo Coullat  Valera.  Una vez aprobado y con los beneficios  de las obras estrenadas en el Teatro Lara de Madrid, inspiradas en la rima IV de Bécquer, y  escritas por los Hermanos Lavares Quintero, se costeo el Monumento a Gustavo  Adolfo Bécquer, el cual se inauguró el 9 de Diciembre de 1911.

Que el busto del poeta que descansa sobre un pedestal  con la fecha de nacimiento y  muerte,  esta basado en un celebre retrato que de él hiciera su hermano Valeriano.

El resto era toda una alegoría a la temática esencial de su obra; el amor,  que se combinaba entre bronce y mármol.

Aquellos dos cupidos mancebos de bronce me daban a entender los dos momentos del amor. –el primero y con postura inestable, intenta lanzar su dardo a las señoritas sedentes y representa el amor que hiere.  El otro cupido yace en los peldaños victima del sentimiento amoroso. Un dardo clavado en su pecho me indica que se trata del amor herido.

Después me situé frente a las tres figuras femeninas. Es un monumento de mármol de una sola pieza y representa a tres mujeres vestidas a la usanza decimonónica y en sus rostros se reflejan las distintas fases amorosas.

La primera representa el amor que viene y esta expectante e ilusionada con él.

La del centro representa el amor presente y en su rostro vemos como se evade del mundo exterior y disfruta de sus sentimientos.

La última representa el amor perdido. Su imagen con la cabeza cabizbaja y en contraste con las otras dos, nos muestra la desilusión que siente, y el ramillete de flores caído sobre la falda, quiere decir que si en otro momento significaron todo, ahora ya no son nada.

Todo aquel pequeño espacio resumía de un trazo todas sus obras, pero si  algo resultaba  indispensable para armonizar todo lo expuesto, era aquel gran ciprés de los pantanos, que ponía el toque de calor y  vida entre aquellas figuras inertes. Dicen que esta especie es originaria de la cuenca del Mississipi y que sus raíces salen del lodo para respirar el oxigeno del aire. Yo creo que este Ciprés de los pantanos, ha respirado la esencia de Bécquer y en el vaivén de sus ramas deja  la atmósfera  impregnada de amor.


La glorieta de Bécquer, un lugar para soñar.

Agustina Antelo.

                       
            Asomaba a sus ojos una lágrima
            Y a mi labio una frase de perdón;
            Habló el orgullo y enjugó su llanto,
            Y la frase en mis labios expiró.
            Yo voy por un camino, ella por otro;
            Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
            Yo digo aún: “¿por qué callé aquel día?”
            Y ella dirá: “¿por qué no lloré yo?”

sábado, 2 de abril de 2011

Poesia: Caricias de madrugada



Cuando mi cuerpo se rinde
Por el estupor del sueño,
Se libera mi alma
Me despojo de miedos.

Afloran las emociones
Libres de todo mal,
y entre algodones me llevan
A mi otra realidad.

Brisa fresca para mis sentidos
Luz para mis ojos,
Fluir de sangre en mis venas
Como ríos caudalosos.

Latidos acelerados
Ansias de adolescente,
Te busco, te espero
Mi amor como siempre.

Dulce tacto de terciopelo
Son tus manos en mi piel
Estas aquí, te siento,
Ahora vuelvo a renacer.

Labios ardientes
Besos de fuego
Pasión desmedida
Unión de dos cuerpos.

El pasado y el presente      
Con calidez envuelve
Lo que pudo se y no fue
Y que Aún sigue candente.

Mi sueño se funde
En el calor de tu cuerpo
Mientras el alba ya asoma,
Viene a tu encuentro.

Y me dejas dormida
Mientras poco a poco te alejas
Te esperare de nuevo, mi amor,
       Donde los sueños despiertan.       


            Agustina Antelo.






Relato: La espera






…….Aquel banco de hierro, con molduras torneadas y engrosado por cientos de capas de pintura negra, permanecía solitario a cualquier hora del día. Yo no entendía como podía pasar desapercibo a tantos ojos, si, desde allí, la vista era increíblemente bella. Por un momento pensé que era el mismo banco quien seleccionaba a quienes se sentaban en él y me hacía sentir afortunada al verme ahora allí acomodada.  El frío del hierro  me iba penetrando poco a poco hasta los huesos y mí emotividad se intensificaba conforme pasaban los segundos.
Me quedé observando el entorno envuelta en su característico olor rancio.  La niebla atenuaba la luz de las farolas y entre sombras y algún que otro destello,  dejé volar mi imaginación. El amor, la ternura, la sensibilidad… todo ello estaba impreso en cada rincón de aquella imagen y como una celestial melodía pululaban a mí alrededor los arrumacos de los enamorados.
Dos grandes edificios me observan con frialdad desde la distancia como dos pétreos guardianes, pero su reflejo en el agua los hacia vulnerables.
Los juncos, que emergían del agua con autoridad,  se dejaban mecer por la suave brisa, dejando en el aire una indescriptible pero agradable música. El río estaba tranquilo, ajeno a todo lo que le rodeaba.  Esta soledad y calma es un disfrute para mis sentidos y un buen momento para la meditación y el relax. La fascinación me envuelve al igual que  la humedad del aire que lo impregna todo.
La acentuación de mis sentidos se ha elevado y, poco a poco, me voy evadiendo de la realidad.
Centro mi atención en la cafetería y en el sonido sordo de las gentes tras los cristales. Agudizo el oído y puedo oír el tintineo de las cucharillas de los cafés.
El paseo sigue solitario. Las farolas parecen gigantes de un solo ojo que no dejan de mirarme. El agua y los juncos han tomado vida y se mueven excitados. El sonido de mil pasos por las gastadas baldosas retumba en mis oídos… No entiendo que está pasando. El lugar idílico se ha vuelto tenebroso y las sombras parecen tomar vida.  El corazón me late con fuerza pues el miedo y la sensación de que alguien se acerca me atenazan. El banco solitario que antes parecía acogerme, ahora me retiene en contra de mi voluntad. Sus fríos hierros se apegan a mi cuerpo como tentáculos  impidiendo que pueda levantarme. Las sombras se acercan, y yo, aterrada, quiero gritar, pero mi voz no emite sonido. Una sensación de angustia se apodera de mí, y me siento morir cuando  una mano toca  mi hombro…
Laura…Laura… ¿Qué te ocurre?  ¿No me oyes?
Giro la cabeza sobresaltada y tomo contacto con la realidad. Allí está Daniel, esperando una respuesta.
En  mi cara se podía ver reflejado el estupor y el escepticismo. Miró de nuevo hacia el paseo y todo está en calma. Me levanto aliviada, pensando que todo ha sido obra de mi imaginación, aunque juraría que aquel banco solitario tuvo mucho que ver en ello.

Agustina Antelo